Por: Òscar López
(Maldoror)
La
palabra ausente conduce al hecho inconcluso. El metal, género ricamente
establecido en la nación colombiana, ha
venido generando discusión por acontecimientos que lo remiten a cuestionar su
valor cultural y con ello a dudar sobre una identidad propia frente al contexto
exterior. La pregunta asistente bajo la incertidumbre es, ¿Qué ha pasado con el
metal actual? Llena de posibilidades, la cuestión estriba en lo complejo.
Remitirse a un juicio
exacto es evaporar el cumulo de elementos dentro del género, pero, ¿Qué sucede
cuando el metalero no haya una ética? Cae en el vacío de la indeterminación.
Concebir la idea de apariencia es trivializar una visión, y en lo lamentable,
el género ha caído en la perspectiva de limitar los espacios, conllevando al
corral de una moral donde somos todos pero a la vez nos aborrecemos
independientemente del mundo subjetivo de cada quien. La ética preponderante
que quiero referir es desde lo individual ya que, designando una libertad en la
determinación dentro del mismo hombre. Hemos aprendido a vivir bajo el arraigo de
una ética social cosa que, reprimiendo el carácter interiorizado subyuga al ser
a no reflexionar, o siquiera a olvidar su praxis. ¿Es posible acoger un evento
donde prime la convulsión de la violencia y el brazo delincuencial?
Las premisas están
abiertas, pero lo que no hay que negar es que se ha omitido todo tipo de valor
al ámbito al que pertenecemos; cuando llamamos libertad es acoger una actitud
que se represente y a la vez ante la sensibilidad de los demás, afirmar
posibilidades para que un contexto se identifique y ahí si acrecentar la
llamada unificación para cambiar los paradigmas de una sociedad. Pero lo que
hay que reconocer es la ausencia vivenciada en nuestro espacio: en los eventos
alguna vez fue importante ingresar, ahora lo que prima es la mendicidad; fue
significativo apoyar, ahora es difamar; lo productivo fue vivir, sentir el
metal, ahora es elaborar un vacío tecnicismo estructural; fue sugestivo hallar
letras transgresoras, fuertes en cuanto su contenido, ahora se reduce a la
banalidad; hoy no se trata de hablar, expresarnos sobre lo que nos identifica colectivamente,
sino preguntarnos cuantos muertos y heridos hubieron en un evento.
Ahora, esta libertad
nos conlleva hacia una racionalidad. Tal noción provoca en nosotros una voz que
pliega diferenciación dentro de un contexto establecido, la capacidad de
cuestionarnos y a la vez expresarnos afirmativamente, constituyendo una red,
donde el centro consista en un lenguaje afirmado, pretendiendo no adeptos, sino
amantes del metal, que identificados, forjen ecos tanto en lo musical como
temático para representar por sobre todos los ámbitos culturales, un tatuaje
inherente, certificando la importancia manifiesta de pertenecer a un género
autónomo, libre, expresado desde la pertenencia individual.
Y es desde lo
individual donde se forja la conquista de erigir una pasión, capaz de violentar
toda norma, toda moral, pues esta, en palabras de Nietzsche no es más que “Una negación de la voluntad de vivir”.
Es así, como facultados en la propia posición constituimos el metal fuera de
limitancias, siendo una realidad alimentada por lo concreto a la hora de unir
lo espiritual con lo existencial.
En la tentativa de
aproximación, resulta preocupante el hecho de cómo se concibe el espacio del
metal, pero, encontrando el abandono, refiero la falta de componente pedagógico
dentro del género. No como autoridad sino desde la misma experiencia. Resulta
característico ya que, hallando lo experimental unido a la reflexión se
vehiculiza hacia una comunicación, componentes donde fundamentados bajo
procesos transformativos, conducen hacia el reconocimiento de una visión. En la integración que como fin es la
unificación, comprendemos la praxis que en punto de partida, tiene el reflexivo
de un contexto, adentrándose hacia la integración con un ambiente, por ello, en
el sentido de sentir una musicalidad y la producción de un discurso escrito, se
acierten posibilidades de pensar el metal como representación e identidad de
entre los seres, de transformar las restricciones en expresiones colectivas
donde se permita conocer y mas allá, levantar el grito hacia lo que atañe la
realidad: lo instaurado y la normatividad social.
Cuando Rimbaud vio la
frase “La vida está ausente, no estamos
en el mundo”, habito su expresión ante el sometimiento de su realidad, la existió
para concebir otra visión, y es con ello que libertario en la afirmación del
metal, asistimos al encuentro con nuestra existencia, con una propia
experiencia, advirtiendo que fuera de lo cotidiano aun así se fundan medios
para acceder a la creación y hasta la misma libertad. En esta búsqueda donde pretendemos
referenciar una hermandad, convenimos en infringir todo aquello que asedie el
espacio, o aquellos que no comprenden la parte y el todo del ámbito ejercido,
¿Por qué no revolucionar las practicas actuales del metal?, es el papel
revalorar lo que nos abarca, reformular las primitivas concepciones de
radicalismos que solo conducen a la restricción de múltiples vías halladas,
tomar proposiciones con carácter sin omitir el mundo exterior, dando sentido a
una filosofía propia dentro del espíritu metalero.
La transgresión, como
característica inherente, elimina todo vestigio delimitante. Algún día me
encontré con un título: “El metal no es para cristianos”, incongruencia que
dirige escrupulosamente a una moralidad dentro del mismo género. El metal como
insignia toca la inmoralidad, y en la verbalización de ese fundamento,
interioriza en nosotros la capacidad de conquista, el consagro a una perteneciente
libertad.
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